13 de marzo de 2009

Afilar.


En aquellos tiempos en los que yo era niña, los señores que afilaban cuchillos y tijeras, pasaban a la grupa de una moto extraña, con dos ruedas para el suelo y otras dos en el lomo, como de piedra. Al siseo fuerte contra el filo de la herramienta, le acompañaban unos chorros de chispas. Los mayores nos asustaban diciendo que aquello quemaba. Sería fuego, pero de dónde y cómo salía. El asunto es que aguzaba los filos mientras se adornaba de rojos y música desafinada ante nuestros ojos, el afilador.

Hoy, frente a mi portal, una furgoneta blanca, con el altavoz en flor sobre su cabeza, repetía sin cesar toda clase de labores de amolamiento. El dueño de la voz, quedaba quieto en su asiento. "Es el afilador", me he dicho, "llevará chispitas quién sabe dónde..., era más entretenido cuando iba en moto..., va a ser que me he hecho mayor..., ¿afilará también lenguas?... no bonita, la lengua es el único instrumento que se afila haciendo uso de ella (lo contrario que la tijera)". He subido a casa con ella afilada, sin ornamentos desafinantes, pero con chispa.
Sí, va a ser que me he hecho mayor. Quizás las cosas eran más bonitas en aquellos tiempos o tal vez lo más precioso fuera la manera de mirarlas.



Sumergible.

No hay comentarios: